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lunes, 30 de abril de 2018

El espíritu del capitalismo: Ten en cuenta que el tiempo es dinero







Portada de la edición de 1934 de La ética protestante y el espíritu del capitalismo


Jacobo Fugger, conversando con un colega retirado que le proponía alejarse de los negocios, argumentando que ya había ganado lo suficiente y que debía ceder el terreno para que otros también se beneficiaran, contestó que dicha actitud sería pusilánime; que “su opinión era completamente distinta y pensaba seguir ganando todo lo posible mientras le fuese posible” (Weber)
El filósofo y sociólogo alemán Max Weber en su libro: La ética protestante y el espíritu del capitalismo, analiza este espíritu capitalista y nos ofrece en el capítulo 2 del libro una ilustración provisoria de lo que se puede entender como el espíritu del capitalismo.


Weber cita algunas máximas de Benjamín Franklin que a su parecer le resulta indispensable para comprender el objeto de su investigación y que cuyo contenido, libre de toda relación directa con lo religioso, contiene en parte el espíritu del capitalismo, pero antes de mostrar las máximas aclararé que según Weber; “lo que en Fugger se manifiesta
como la audacia comercial de una tendencia personal moralmente indiferente (la anécdota del principio) en Franklin adquiere el carácter de una máxima con matices éticos. ahora leamos estas máximas de Franklin:


“Ten en cuenta que el tiempo es dinero. Quien podría ganar diez chelines por día con su trabajo y se dedica a pasear la mitad del tiempo, o quedarse ocioso en su habitación, aunque destine tan solo seis peniques para su esparcimiento, no debe calcular sólo esto. En realidad son cinco chelines más los que ha gastado, o mejor dicho, desperdiciado”.

“Ten en cuenta que el crédito es dinero. Si la persona a quien le debo un dinero deja que éste siga en mi poder, me estará regalando los intereses; o bien tanto como lo que yo pueda ganar con él durante el tiempo transcurrido. De esta forma se puede acumular una suma considerable si se tiene buen crédito y capacidad para emplearlo bien”.
“Ten en cuenta que el dinero es de naturaleza fecunda y fructífera. El dinero puede engendrar más dinero; los descendientes pueden engendrar aún más y así sucesivamente. Cinco chelines bien colocados se convertirán en seis; vueltos a colocar serán siete chelines y tres peniques, y así hasta llegar a cien libras esterlinas. Mientras más dinero haya disponible, tanto más producirá ese dinero al invertirlo y el beneficio aumentará con una rapidez cada vez mayor. Quien mata una cerda, aniquila a todos sus miles de descendientes. Quien mata una moneda de cinco chelines, asesina (!) todo cuanto habría podido producirse con ella: pilas enteras de libras esterlinas”.
“Ten en cuenta que — según el refrán — un buen pagador es el dueño de la bolsa de todo el mundo. Quien sea reconocido como pagador puntual en el plazo convenido siempre podrá disponer del dinero que a sus amigos no les hace falta”.
“Esto puede ser muy beneficioso. Además de la laboriosidad y la mesura, no hay nada que contribuya más al progreso de un hombre joven que la puntualidad y la rectitud en todos sus negocios. Por ello, nunca retengas el dinero que has pedido prestado ni por una hora más de la convenida a fin de que el enojo de tu amigo no te cierre su bolsa para siempre”.
“Hay que cuidar los actos, aún los más triviales, que pueden influir sobre el crédito de una persona. El golpe de tu martillo sobre el yunque, escuchado por tu acreedor a las cinco de la mañana o a las ocho de la noche, lo dejará conforme por seis meses. Pero si te ve en la mesa de billar u oye tu voz en la taberna a la hora en que debieras estar trabajando, no dejará de recordarte tu deuda a la mañana siguiente y te exigirá el pago antes de que hayas podido reunir el dinero”.
“Aparte de ello, debes demostrar que recuerdas tus deudas. Esto te hará aparecer como un hombre tanto puntilloso como honrado, lo cual multiplicará tu crédito”.
“Ten cuidado de no considerar como de tu propiedad todo lo que posees y de no vivir conforme a esa idea. Muchas personas que gozan de crédito caen en esa ilusión. Para prevenirla, lleva con exactitud la cuenta de tus gastos e ingresos. Si te tomas el trabajo de prestarle atención a los detalles advertirás que los gastos más increíblemente insignificantes se convierten en grandes sumas, y te darás cuenta de lo que pudiste haber ahorrado y de lo que en el futuro todavía se puede ahorrar…”.
“Por seis libras esterlinas anuales puedes tener el usufructo de cien libras, a condición de ser una persona de reconocida capacidad y honradez. El que diariamente derrocha un centavo está malgastando seis libras anuales y este es el costo por el uso de cien. Quien desperdicia su tiempo en una fracción equivalente a un centavo (lo cual puede consistir en perder sólo un par de minutos) malogra con el correr de los días la prerrogativa de beneficiarse con cien libras al año. Aquel que desaprovecha un tiempo que vale cinco chelines, pierde cinco chelines como si los hubiera tirado al mar. Quien perdió cinco chelines, no sólo ha perdido esa suma sino que ha perdido todo lo que podría haber ganado con ella en una actividad lucrativa; algo que puede llegar a convertirse en un monto considerable cuando el joven hombre llega a una edad avanzada.”
Los principios expresados aquí por Franklin guardan un aire moral y tienen una orientación utilitaria: ¨La honradez es útil porque permite obtener crédito; lo mismo sucede con la puntualidad, la laboriosidad o la mesura y precisamente por eso es que estas cualidades se consideran virtudes¨ (Weber)
Por último pondré aquí un texto del mismo libro que vale la pena citar  de forma completa:
El “impulso emprendedor”, el “afán de lucro”, la ambición de ganar dinero, la mayor cantidad posible de dinero, todo ello, en sí mismo, no tiene nada que ver con el capitalismo. Este afán existió y existe en camareros, médicos, cocheros, artistas, prostitutas, funcionarios corruptos, soldados, asaltantes, caballeros cruzados, tahúres, mendigos — podría decirse que en all sorts and conditions of men, (en toda clase y condiciones de hombres) en todas las épocas de todos los países de la tierra en dónde haya existido la posibilidad objetiva de lucrar. En materia de historia cultural resulta elemental abandonar de una vez por todas esta concepción infantil. El afán de lucro ilimitado no es en lo más mínimo igual a capitalismo; mucho menos igual a su “espíritu”. El capitalismo puede incluso identificarse con una morigeración, o al menos con un atemperamiento racional de este impulso irracional. En todo caso, el capitalismo se identifica con el anhelo de obtener una ganancia dentro del marco de la continuidad y la racionalidad de la empresa capitalista; aspira a una ganancia siempre renovada; a una “rentabilidad”. Y aspira a ello porque debe hacerlo. Dentro del orden capitalista del conjunto de la economía, una empresa aislada que no se orientase por la posibilidad de obtener rentabilidad estaría condenada a sucumbir. (..) la empresa capitalista y también el empresario capitalista, como emprendedor permanente y no tan sólo ocasional, son antiquísimos y estuvieron universalmente difundidos en alto grado.




 Para clarificar más este “espíritu” (Geist) del capitalismo, explicaré aquí las ideas expuestas por Benjamín Franklin:
Franklin entiende que la tarea de aumentar constantemente el patrimonio es un deber moral; no como un medio para obtener placer y disfrute, sino como un fin en sí mismo. Para Franklin este hecho  tiene un origen religioso, él citaba constantemente el siguiente pasaje de la Biblia para ilustrar sus máximas: «Si ves a un hombre atento en su profesión, ése puede presentarse ante los reyes» (Proverbios, 22, 29).
Esto explica que el trabajo profesión como una actividad por la cual se obtiene cada vez más dinero es vista como la expresión de la entrega total no solo al trabajo, sino  también como un deber revelado por Dios y como suma virtud religiosa.
 Este  deber profesional que constituye el auténtico “espíritu del capitalismo”.Este espíritu del capitalismo se opone con el espíritu que llamaremos “tradicionalista”. Por ejemplo. El obrero de mentalidad tradicionalista (el artesano) sólo quiere ganar lo suficiente para cubrir sus necesidades tradicionales, y si le aumentan la paga por cantidad de productos entregados no aumentará la producción para ganar más sino que aprovechará para trabajar menos tiempo. Por el contrario un obrero del capitalismo no funciona así. El capitalista requiere a obreros que se cualifiquen, que utilicen con cuidado máquinas caras y sensibles, que puedan hacer trabajos que precisan mucha atención o iniciativa, para que lo hagan es necesario pagar salarios más altos y hallar gente dispuesta a tomar su trabajo como un deber concienzudo. Pero eso sólo funciona si el obrero ha reemplazado su mentalidad tradicionalista por una mentalidad capitalista. También, por supuesto, se requiere que el empresario mismo tenga esa mentalidad. De modo que allí se revela la importancia histórica fundamental de la religión en la génesis del capitalismo.
Trabajador de espíritu capitalista

Trabajador de espíritu tradicional
·         El ejercicio constante de una profesión —el trabajo— es una manera tan privilegiada para adquirir el dinero, que se presenta varias veces como fin, no como medio.
·         Racionalidad: Es el trabajo que busca las maneras más adecuadas para obtener la máxima cantidad de riqueza. Los protestantes, que son la mayoría de la población, «han mostrado singular tendencia hacia el racionalismo económico, tendencia que ni se daba ni se da entre lo católicos, en cualquier situación en que se encuentren.» Weber (1999:32)
·         La austeridad: Hace que se use mínimamente la riqueza acumulada. Aunada a las tres características precedentes, da lugar a una creciente acumulación de riqueza, o de capital por medio del ahorro.
·         Las personas de mentalidad capitalista suelen ser también de religión protestante y ven  el enriquecimiento como señal de predestinación a la salvación eterna.

·        El obrero de espíritu tradicional que en muchos casos suele ser también católico demuestra una inclinación mucho más fuerte a seguir en el oficio en el que suelen alcanzar el grado de maestros. El obrero de mentalidad tradicionalista sólo quiere ganar lo suficiente para cubrir sus necesidades tradicionales, y si le aumentan la paga por cantidad de productos entregados no aumentará la producción para ganar más sino que aprovechará para trabajar menos tiempo
·        En la parte intelectual, una persona católica de mentalidad tradicional, suele tener tendencias hacia estudios humanistas.
·        Esta mentalidad no busca la acumulación de riquezas  o sea que no  suele haber un afán de lucro.
En conclusión el capitalismo toma su espíritu de una mentalidad religiosa a la que requirió como condición histórica necesaria para poder desarrollarse aunque ahora necesite cada vez menos esa mentalidad y pueda ser indiferente o incluso oponerse a la religión.
Fuente: Max Weber, La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Capítulos 1 y 2

Por Sergio Chilet - profesor de historia y geografía - diplomado en gestión del patrimonio cultural.


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