Las
teorías del constructivismo pedagógico epistemológicamente rechazan la idea de
la tabula rasa, en este apartado quiero hablar sobre la idea de la tabula rasa
con el objetivo de demostrar que existe predisposiciones biológicas para el
aprendizaje.
El pensar popular suele creer que el niño recién nacido es como una tabula
rasa, es decir que es una tablilla sin escribir o una mente vacía. Corrientes
filosóficas como el empirismo de John Locke afirma que el ser humano llega a su
formación como tal en el aprendizaje, la mente vacía del niño entonces se
expande en la experiencia. Locke, (1632-1704), dice respecto a esto: “La
mente nace completamente en blanco incluso sin reglas para procesar la
información que le llega de los sentidos; todos los datos y las reglas para
procesarlos son aprendidos de las experiencias sensoriales. La mente no tiene
cosas innatas”. Continúa el filósofo: “Supongamos que la
mente es, como decimos, un papel en blanco, vacío de cualquier carácter, sin
ninguna idea. ¿Cómo se rellena? ¿De dónde le llega toda esa enorme provisión
que la fantasía desbordada y sin límites del hombre ha pintado sobre ella con
una variedad casi infinita? ¿De dónde proceden todos los materiales de la razón
y el conocimiento? Para responder con una sola palabra, de la EXPERIENCIA”
(Citado en: Pinker, 2013: 15)
Aristóteles en su filosofía primaria también
dice algo al respecto de esto al tratar los sentidos humanos. Afirma
Aristóteles a través del santo de Aquino: “Nada hay en el
intelecto que no haya pasado por los sentidos” (Las ideas del Buey mudo, s.f.).
Esta tesis que sostiene
que la mente de los seres humanos, al momento de nacer, es como una tabla rasa
donde la experiencia y el aprendizaje escriben todo lo que sabemos, lleva más
de dos milenios de antigüedad.
Afirma esta teoría que:
1) Nacemos con la mente
en blanco. Conceden tres excepciones: el instinto de hambre, el rechazo del
dolor y el instinto del miedo.
2) Todo se aprende: el
lenguaje, los movimientos, la inclinación sexual, el deseo de ganar dinero, la
búsqueda de compañía sexual, la agresividad, las diferencias de género, etc.
3) Y se aprende
asociando por Contigüidad: las ideas que se experimentan juntas se asocian en
la mente. O asociando por Semejanza: Cuando dos ideas son similares cualquier
cosa asociada a la primera se asocia a la segunda de forma automática.
Sin
embargo, hay un cuestionamiento a este postulado de la tabula rasa que viene
desde la ciencia genética y biológica. Los estudios en el ADN nos
ilustran sobre el origen más primero de la formación de la mente y la
conciencia, haciéndonos ver que existen aspectos biológicos innatos en los
recién nacidos. (Tres excepciones: el instinto de hambre, el rechazo del dolor y el instinto
del miedo).
Esto se caracteriza bastante bien en los
reflejos arcaicos que posee el neonato. El reflejo se define como una respuesta
automática, involuntaria y defensiva. Cuando esta respuesta involuntaria
empieza hacer controlado por el pensamiento se convierte en acto voluntario y
deja de ser un mero reflejo. En estos primeros días de vida del niño los
reflejos son su mejor arma de supervivencia.
Salvo el reflejo
de búsqueda y succión, que tiene la función de alimentar, los demás reflejos,
por mostrar, al parecer no son del todo útiles como la recién mencionada.
Hay teorías que explican su utilidad, pero no hay consenso científico, aun así,
esto no le quita su importancia, ya el hecho de que estos reflejos existan nos
dicen algo, como veremos. Por lo mismo la presencia de los reflejos nos
indica que el sistema nervioso del recién
nacido funciona
bien. Tan importante como observar que están presentes al nacer, es
comprobar que van desapareciendo con el tiempo. Eso es señal de que el bebé
está desarrollándose correctamente.
Algunos de esos reflejos son:
La presión palmar: cuando algo toca la palma
de la mano de un niño, éste lo agarra con fuerza; este reflejo es una herencia
de nuestros antepasados primitivos. El acto le permite al bebé agarrarse
fuerte, tan fuerte que si levantaras el objeto al cual está agarrado el niño,
el pequeño se levantaría con dicho objeto. Se cree que es un reflejo biológico
de cuando éramos primates muy peludos y que como los chimpancés nos agarrábamos
fuerte a los pelos de la madre. De succión: Este reflejo arcaico ocurre
cuando se le coloca al bebé en la boca el pezón, o incluso un dedo,
lo chupa enérgicamente. Está presente desde el nacimiento, hacia el tercer
mes se intensifica y en torno al sexto desaparece. A partir de entonces la
succión se convierte en un acto voluntario. Mediante la succión, el recién nacido consigue
el alimento que necesita. Esta función garantiza un amamantamiento
eficaz, con el tiempo el niño succionará de modo consciente. Por el contrario, si más allá de los
seis meses continúa como conducta refleja, esto significa problemas en el
desarrollo. Existen muchas otras como de
arrastre, de paracaídas: de búsqueda, reflejo de moro, de prensión
plantar muy similar a la palmar, reflejo tónico del cuello, de
enderezamiento, de la marcha, del llanto.,
etc.
Esta pervivencia y comunicación de
instintos pasados de la especie que se llevan a cabo, a pesar de poseer escasa
conexiones neuronales todavía, es una muestra de que las experiencias de
nuestros antepasados se encuentran registradas en nuestro ADN.
Así en estricto rigor la tabula rasa del niño
recién nacido no está del todo en blanco, por lo menos en lo biológico hay algo
escrito. En este punto estamos de acuerdo con las palabras de
Aristóteles: La naturaleza aborrece el vacío.
Numerosos investigadores
creen que el aprendizaje se inicia antes de nacer. Annie Murphy Paul en su
conferencia: “Lo que aprendemos antes de nacer” afirma que el feto humano
empieza aprender estando ya en el vientre materno, por ejemplo, dice la autora
que el feto reconoce la voz de la madre al nacer y que prefiere esta voz por
sobre la del padre, dado que pasa mayor parte del tiempo escuchando esta voz
que retumba al interior del cuerpo de la mujer embarazada. Dice la autora al
respecto: En primer lugar, aprenden el sonido de la voz materna. Dado
que los sonidos del mundo exterior tienen que atravesar el tejido
abdominal de la madre y el líquido amniótico que rodea al feto, las voces
que el feto empieza a oír a partir del cuarto mes de gestación son
silenciadas, apagadas. (…) Pero la voz de la embarazada retumba
por su cuerpo, y llega al feto con más facilidad. Y dado que el feto
está con ella todo el tiempo escucha mucho su voz. Al nacer, el bebé
reconoce la voz de la mamá y prefiere escuchar esa voz que cualquier
otra. ¿Cómo podemos saberlo? Los recién nacidos no hacen mucho pero
sí son buenos para succionar. Aprovechando esto, los
investigadores prepararon dos tetinas y así, si el bebé succiona
una oye una grabación de la voz de su mamá en unos auriculares y
si succiona la otra oye la voz de una extraña. Los bebés rápidamente
muestran su preferencia eligiendo la primera. (..) Los fetos
aprenden el idioma particular que se habla en el mundo en el que
nacerán. Un estudio publicado el año pasado reveló que, al nacer, desde el
nacimiento, los bebés lloran en el acento de su lengua
materna. Los bebés franceses lloran en nota creciente mientras que
los alemanes lloran en nota decreciente, imitando los contornos
melódicos de sus idiomas. ¿Para qué sirve este aprendizaje fetal? Quizá
para ayudar a la supervivencia del bebé. (Murphy, 2011)
Con respecto al mismo tema, Morris (1967),
dice: …por qué las madres mecen a sus hijos para hacerles dormir. La oscilación
se produce, aproximadamente, con el mismo ritmo que los latidos del corazón, y
es probable que también esto «recuerde» a los niños las rítmicas sensaciones a
que se acostumbraron en el interior del claustro materno: la palpitación del
gran corazón de la madre encima de ellos. Pero la cosa no acaba aquí, sino que
el fenómeno parece continuar durante nuestra vida adulta. Nos mecemos cuando
sentimos angustia. Oscilamos hacia delante y hacia atrás sobre los pies cuando
nos enfrentamos con algún conflicto. La próxima vez que vean ustedes a un
conferenciante, o a un orador después de un banquete, oscilando rítmicamente a
un lado y otro, comprueben si sus oscilaciones se producen al mismo ritmo que
los latidos del corazón. Su inquietud al tener que enfrentarse con un
auditorio, le impulsa a realizar los movimientos más tranquilizadores que le
permiten las limitadas circunstancias; y por esto se refugia en el conocido y
antiguo latido del claustro materno. Dondequiera que vean inseguridad,
hallarán, posiblemente, el ritmo tranquilizador del corazón, envuelto en
cualquier disfraz. No es casualidad que la mayor parte de la música y de las
danzas populares tengan un ritmo sincopado. También aquí, los sonidos y los
movimientos devuelven a los actores al mundo seguro del útero.
¿Puede
considerarse estas respuestas tranquilizadoras del niño y del hombre adulto
cuando rememora el ritmo del corazón de la madre, un aprendizaje dado antes del
nacimiento? Estas observaciones y experimentos de los respectivos científicos
citados argumentan a favor de esta idea.
Por
Sergio Chilet - profesor de historia y geografía - diplomado en
gestión del patrimonio cultural.