Cuando me disponía a tocar el piano, aparté un mueble y vi a una araña que escapaba asustada para volverse a ocultar. No lo sabía, pero aquella araña era una araña madre que había salido de su guarida con la urgencia de cazar para obtener su necesario alimento; además de eso aquella araña llevaba consigo a sus muchas minúsculas crías en el lomo. Antes de que la interrumpiese, ella se desplazaba silenciosa y temerosa entre las sombras, presintiendo a su presa.
No me importó el hecho de que la araña escapara para volverse a ocultar y desapareciera así de mi vida. Ella ya había creado en mí el reminiscente temor del pasado.
La araña era realmente grande e imponía una presencia que causaba fobia. Por eso, sin más reflexión, tomé la escoba y le di un inclemente golpe. De repente como en una explosión estelar, las pequeñas arañitas que se encontraban en su lomo salieron esparcidas por todas direcciones, y a pesar de que su madre se retorcía de dolor, las arañitas volvían a ella en busca de refugio. Con más temor aún, yo me puse firme frente a la escoba y a las pequeñas arañas también intenté aplastar. Aunque algunas murieron, otras escaparon a esconderse.
Cuando acabé de dar escobazos, cogí una pala y procedí a echar en el basurero: a la araña y a sus crías muertas. Después de eso me quedé tranquilo pues la amenaza estaba neutralizada y entre los desperdicios.
Para olvidar la situación, me apresuré a hacer lo que tenía planeado hacer. Me senté frente al piano e interpreté la sonata número 16 de Mozart, y eso hice por diez minutos. Al concluir, me quedé un rato fantaseando melodías y armonías en el piano. Pero mientras mis dedos hacían músicas melancólicas, yo miraba algo triste el recipiente que albergaba el cadáver de la araña madre.
*
Tiempo después, en una noche de ruidos y de insomnio, donde la luz tenue de la luna llena entraba por mi ventana y me sugería misterios aún por descubrir en mi inconsciente vida, yo pensaba en la araña madre, y recordé que ésta era pariente de las garrapatas, bichos que maté en muchas más cantidad, como hice igualmente con los insectos. Y así fui recordando gradualmente a todos los seres vivos que perecieron ante mis manos o por el solo hecho de mi existencia. Estos pensamientos me ahogaban en un malestar que poco a poco me fatigaba y que me envolvía en la desesperación; pero me salvé de ello cuando urgido por los insectos aplastados, me empecé a deleitar en mis conocimientos de entomología, imaginando todas las formas de insectos voladores y terrestres: desde la especie de avispa que un día en el tiempo dejó las alas para convertirse en lo que hoy son las hormigas, hasta el insecto palo de Madagascar cuya adaptación con su entorno me sorprende y alegra. Pero también pensaba en las Araneaes: en la araña voladora, en la araña saltadora, en la araña panadera y en la letal viuda negra, rememorando sus formas de ser y de existir en la tierra.
Mientras recordaba los conocimientos adquiridos sobre la enemiga que me causaba pavor, me dije: que criaturas fascinantes y poderosas.
Sumergido en este pensamiento de admiración hacia las Araneaes, intentaba recordar la apariencia de la araña asesinada, y buscaba la razón que sustentaba su muerte: Fue por un miedo infundado. – Me dije atónito, y aunque en mi corazón había remordimiento; seguía buscando una poderosa causa para mi acto. Pero no hallaba razón para justificar esas muertes. Pensamientos que superaban la razón me equiparaban a la araña: en cuanto a nuestra actitud solitaria, y en cuanto a la noche que tanto disfrutábamos: yo en reflexiones, y ella la solitaria araña en tejer redes para atrapar algo de vida.
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Intentando comprender mi posición y la del animal, decía: – ¿Quién soy yo para acabar con tu vida…, acaso no somos iguales tú y yo: araña, no somos mismos hijos de un creador, no compartimos el mismo hogar, el mismo instinto por sobrevivir?
De súbito, en mi imaginación, escuché a la araña muerta responder mis preguntas angustiantes: – Sí, – afirmaba ella – somos iguales tú y yo, y tenemos la misma sangre del dios. Estupefacto le dije: – Perdóname, araña, por lo que te hice y por lo que le hice a tus crías que no pudieron trazar sus telas, que no pudieron dar su música y ordenar su mundo. – y ella dijo: Yo perdono tu locura incontrolable, pero no sé si mis hijas lo harán. Al escuchar esto sentí un tremebundo escalofrío: ¿Será qué las pequeñas arañitas que sobrevivieron a los escobazos buscarán venganza? Me parecía absurdo pensar todo esto pero era lo que llenaba mi mente. – Sin embargo, – me seguía diciendo en mi pensamiento: – ¿no será mejor lamentarse de los animales que el hombre está a punto de extinguir o los que ya se extinguieron, en vez de las arañas que habitan en cantidad ingente en muchas partes del mundo, no habrá que lamentarse por el tigre en peligro de extinción, cuya muerte es deseada por diversión, cuyo magnífico rostro desaparece cada vez más de las selvas, cuya sangre de dios es derramada. No será mejor cuidar a esos animales que a las espeluznantes arañas?
De repente, sin darme cuenta, por estar inmerso en mis pensamientos, una araña similar a la araña madre, pero de menor medida, saltó en mi brazo derecho, caminó hacia mi mano y se quedó en la parte dorsal; yo solo me di cuenta cuando la araña ya estaba ahí en mi mano, pero al contrario de lo que puedan pensar, yo no atiné a sacarme de un tirón a la pequeña araña del brazo como lo haría cualquier miembro de mi familia por la fobia que le tienen a estos bichos, al contrario, simplemente, me quedé observando sus muchos pequeños negros ojos. Yo sabía que aquella araña es de las más peligrosas que habitan en esta región, pero no me sacaba a la araña de la mano; yo veía a la araña apuntando sus pequeños y filudos colmillos en mi dilatada vena, pero no me la sacaba de la mano. Solo miraba sus ojos, sus cuatro pares de ojos, mejor dicho sus ocelos: que son partes fotoreceptoras de su anatomía que le ayudan a darle una visión del mundo, aunque una pobre visión. Pero con ellas, la araña ejercía un gran poder sobre mí: era como si me estuviera hipnotizando con esos ocelos.
Durante el tiempo en que la araña estuvo en mi mano, recordé un episodio de mi niñez que había mantenido apagado en mi memoria. Este recuerdo involucraba también a las araneaes y daba sustento a la fobia que mi familia les tenía a las arañas.
El recuerdo dice así: Sucedió hace casi diez años, cuando mi madre y padre decidieron, para beneficio de la economía familiar no salir de vacaciones ese año. Yo y mis hermanos por supuesto no estuvimos de acuerdo y sentimos el fastidioso tedio de pasar las vacaciones en casa; y aunque a veces solíamos divertirnos haciendo competencias y saliendo a explorar, no era lo mismo que estar en los amplios terrenos de las playas del sur y los campos de la abuela, corriendo detrás de sus animales. A pesar de todo nos divertíamos en las aventuras por los rincones del gris barrio. Pero yo tenía, a parte, otras entretenciones.
Prefería muchas veces quedarme en casa leyendo pesados libros, pues hallaba allí valiosos conocimientos. (De las cuales dicen que no es factible que un niño de apenas 10 años pueda entender, pero yo si entendía, y me alegraba esa dicha de querer saber y de poder entender.) Sí, la historia, la filosofía, la anatomía, la medicina, las ciencias naturales de esos pesados libros, de esas enciclopedias eran mías.
Las horas pasaron en mis estudios, cuando vi a una pequeñísima araña que en una esquina de mi habitación iniciaba la construcción de su hogar. La araña se encontraba en la faena de erigir su tela, y me quedé interesado observando. Aunque sabía que debía matar a la pequeña araña, pues eso se me había enseñado, yo no lo hice, y dejé que construyera su trampa mortal, pues me cautivó el hecho de observar con interés científico al animal.
Cada día la arañita expandía más su tela de araña que era invisible ante mis ojos. Cuando terminaba su labor del día, aquella cazadora se quedaba inmóvil, colgando en su tela, esperando que cayera allí su alimento. Pero como no lograba este objetivo, expandía cada vez más y más su tela para aumentar sus probabilidades de caza. Sin embargo desde que la observé iniciar su hogar, yo no vi nunca caer un insecto en su tela.
Dos semanas ya habían pasado, y la araña se mantenía inmóvil colgando en el aire, y yo iba perdiendo el interés, incluso pensé en deshacerme de la araña. Pero sentí lástima por ella y fui compasivo, dado que se precipitaba hacia la inanición. Durante un mes estuve alimentando al arácnido. Casaba polillas, moscas y otros raros insectos voladores de los que no conocía sus nombres, los guardaba en un frasquito y cada día se los arrojaba a la pequeña araña. A veces ella no quería comer y no se movía, pero otras veces comía el doble, por eso en dos meses ya estaba bastante grande.
Durante todo ese tiempo en que la estuve alimentando yo me fui encariñando con la araña, y me gustaba pensar que aquel animal me reconocía a mí como su cuidador, amigo y amo. Yo tenía la certeza de que lo que hacía estaba bien, y de que nada malo podía suceder con mi acción. Pero lo que nunca quise pensar que pasara un día pasó: Mi hermano pequeño fue picado por mi araña; y su letal veneno acabó con su vida. Esto plasmó en mí: el odio y el pavor hacia las arañas.
*
Este recuerdo y su certeza encolerizaron mi corazón y nubló mi pensamiento. La araña captó este cambio repentino en mí, y yo la observé ponerse en guardia dispuesta a dar su mordida. Cuando ya acercaba la mano para cobrar venganza: una poderosa luz me encegueció y vi aparecer la imagen de mi hermano y le escuché decir: - “La Araña hija, la araña madre, la araña tejedora, la araña cazadora, divino soportes del mundo son. Realmente en la vida existen creaciones supremas, ¡oh araña!, tú, una de las criaturas que diríamos más insignificantes del planeta, no lo eres. Una vida hoy está en tus manos, en tus colmillos, en tu instinto. Una vida de ti depende, como la vida de un pequeño depende de su madre y de su padre, como la vida del prisionero depende de su captor, como la vida de un hombre en el fragor de la batalla depende de otro hombre, como la vida entera del mundo depende del calor del sol, así la vida de mi hermano depende de ti, ¡oh!, pequeña y perfecta araña. Araña, en el mundo donde están, el hombre que aprendía del animal y sabía cuidar de ellas, hoy es un amo que esclaviza, tortura y extingue. Pero mira, el ser más despiadado es capaz de perdonar la vida o de dar la misma e incluso ese ser malvado puede cambiar. El ser humano y su cuerpo y alma es impredecible: ¿cómo explicar una repentina aparición de cáncer en un cuerpo joven y sano?, o ¿por qué un asesino se apiada de un inerme niño después de matar con sanguinario odio? él no lo puede explicar, pero tú y yo sí. Como el universo en definitiva es el hombre: oscuro y luminoso, enigmático, bello y terrible. Araña, le enseñaron tu peligrosidad e inventaron contaminantes gases para exterminarte de las casas. Arañita, bella araña, pronto ya no se evitaran por el miedo, pronto vivirán en paz, sin picarse, sin aplastarse, bajo el techo del dios, el dios que está en ti y en él: en la sangre.”
fin